La resignificación de un espacio, la Refuncionalización ,…nuevos contenidos,….
La experiencia de sentir el poder del espacio…. como un valor en sí mismo… más allá de su función utilitaria, posee un poder intrínseco que afecta a las personas y las comunidades que lo habitan o lo recorren.
Los edificios no son meros contenedores de actividades humanas, sino que, por su propia configuración física, materialidad y ubicación, influyen en la forma en que experimentamos el entorno y nos relacionamos con él.
Cada espacio es una manifestación concreta de las fuerzas culturales, históricas y políticas que lo han moldeado, y en muchos casos, estas características lo convierten en un motivo de gran valor por sí mismo, incluso más allá de los usos que pueda tener.
El espacio arquitectónico, …ese lugar que nos hace vivir una experiencia única e intransferible …puede convertirse en un contenedor que de paso al uso del mismo en distintas actividades y disciplinas,… como la danza,…la música,.. el arte y la cultura en sus distintas versiones o puede existir por su valor en sí ,…por sus propiedades y características ,…por sus valores esenciales , por su definición,..
Su comprensión, expresión y representación ha formado parte de la evolución de la cultura humana… llegando a este tiempo con un extenso desarrollo tecnológico y múltiples herramientas digitales que nos permite aumentar los niveles de complejidad al momento de concebir y generar nuestros proyectos , incluso para dar paso a otras realidades y a otras experiencias del espacio .
Poner en valor y refuncionalizar un espacio una vez que desaparecen las actividades que le dieron la vida …puede volverse muy interesante, sobre todo cuando el contenedor espacial expresa valores y condiciones que legitiman e invitan a una nueva existencia con nuevos usos.
El acto de poner en valor un edificio no siempre necesita estar impulsado por la necesidad de resignificar su función, sino que, en algunos casos, el espacio mismo ,….su estructura, su arquitectura, su context es lo que justifica su preservación y revitalización.
Esto sucede cuando el espacio adquiere una potencia que trasciende su materialidad, convirtiéndose en un símbolo de una época, de un modo de vida o de una memoria colectiva.
El proceso de resignificación de un espacio no solo implica la reutilización física de un lugar, sino también la reconstrucción de su valor simbólico. A medida que las comunidades se transforman, los espacios abandonados cargan con la memoria colectiva, representando tanto los logros como los fracasos de una época.
En este contexto, resignificar un espacio implica dotarlo de nuevos significados que se alineen con las demandas contemporáneas, como también preservar la historia que lo ha marcado. Esta dualidad entre pasado y futuro convierte a estos espacios en portadores de la identidad de las comunidades, al mismo tiempo que se abren a nuevas experiencias que los revitalizan.
La oportunidad de reconectar con un espacio a través de nuevos usos puede, por tanto, generar un sentimiento renovado de pertenencia y cohesión social.
No obstante, el desafío radica en encontrar un equilibrio entre la memoria y la innovación.
A menudo, los intereses inmobiliarios o políticos ven en estos espacios una oportunidad para el lucro o la especulación, ignorando el valor intangible que representan para la comunidad.
En este sentido, es esencial que los proyectos de resignificación sean inclusivos y participativos, permitiendo a los ciudadanos formar parte activa de la redefinición de sus propios entornos.
El proceso de resignificación es, en última instancia, una oportunidad para repensar no solo los espacios físicos, sino también las relaciones que las comunidades tienen con su entorno.
En una era marcada por la aceleración de los cambios tecnológicos y sociales, los espacios que alguna vez fueron epicentros de actividad como fábricas, edificios administrativos, bancos,…..caen en desuso debido a la evolución de las dinámicas económicas y laborales , sin embargo, estos espacios contienen en sí mismos una narrativa histórica que debe ser reconocida y, en muchos casos, recuperada.
En la medida en que resignificamos estos lugares, también abrimos la puerta para una reflexión más profunda sobre lo que significa habitar un espacio.
Los edificios no solo son estructuras físicas, sino que encarnan ideologías, modos de vida y recuerdos colectivos. La memoria de las generaciones que los ocuparon queda inscrita en sus muros, y la oportunidad de resignificarlos ofrece la posibilidad de un diálogo entre el pasado y el presente. Al reactivar estos espacios, les conferimos nuevos usos que dialogan con las necesidades contemporáneas, ya sean culturales, educativas o sociales.
Nos encontraremos frente a edificios que registran en su memoria tecnologías obsoletas, …prácticas políticas fracasadas…cultos caídos, actividades culturales anacrónicas, entre otras, ….y su puesta en valor también podrá representar el reconocimiento y el registro de una información valiosa para la historia de sus comunidades ,….desde los significados en la vida de la gente , los procesos , los aportes , contribuciones y actividades que se generaron en el lugar.
Salvaguardar y poner en valor edificios cuya función desapareció, para dar paso a otro uso…resulta conceptualmente una práctica acorde a nuestros tiempos, incluso por sobre el valor arquitectónico de los mismos.
Revisar y reconocer el valor arquitectónico de un edificio, también podrá ser un motivo contundente para plantear una nueva actividad para ellos ,..y desde ahí generar actividades que potencien procesos de reflexión y miradas al futuro,…como es el caso del edificio Las tres chimeneas de Sant Adrià de Barcelona,…. abandonado desde el 2011,..y utilizado como una de las sedes para Manifesta,…Bienal Nómada europea, que convoca en el contexto del diálogo comunitario, , la redefinición de la relación entre cultura y sociedad, investigando e impulsando cambios positivos en respuesta a la esfera social de la ciudad o región anfitriona y sus comunidades.
Manifesta se ha convertido en un instrumento de compromiso cívico pluridimensional e inclusivo que crea y pone a disposición intervenciones urbanas y programas artísticos que invitan a la reflexión en espacios extraordinarios
Las tres chimeneas fueron construidas en la década de 1970, formando parte de una central térmica que generó energía eléctrica hasta su cierre en el 2011.
El edificio fue testigo de conflictos eco sociales generados por el desarrollo de la actividad industrial y sus daños medioambientales, convirtiéndose dichas comunidades en una de las Zonas de sacrificio del planeta, que hoy en día defienden al edificio de la actividad inmobiliaria,..por la presencia icónica del mismo , por su arquitectura ,por su materialidad y por ser considerado, casi una reliquia tecnológica.
El caso de Las Tres Chimeneas de Sant Adrià es un ejemplo claro de cómo un edificio puede transformarse de ser una infraestructura industrial a un espacio de encuentro cultural. La historia de este edificio no solo habla de un pasado industrial y de conflictos eco sociales, sino también del poder de la arquitectura para mantener viva la memoria y ser un puente hacia nuevas narrativas colectivas.
Al convertirse en un espacio para la bienal Manifesta, el edificio ha sido resignificado para ser un contenedor de cultura, arte y reflexión.
La reutilización de espacios obsoletos no debe ser solo una cuestión de estética o funcionalidad, sino un ejercicio de inclusión y participación comunitaria. El espacio resignificado cobra valor no solo por lo que es físicamente, sino por lo que representa para las personas que lo habitan, lo recuerdan y lo imaginan.
En última instancia, la resignificación de los espacios debe ser un proceso que trascienda lo meramente utilitario. En lugar de buscar un beneficio inmediato, se debe concebir como una oportunidad para redefinir la relación entre las personas y su entorno.
Al reutilizar estos lugares de manera sostenible, respetuosa con su historia y abierta a las necesidades contemporáneas, no solo estamos optimizando recursos, sino también generando espacios cargados de sentido, que pueden inspirar y transformar a las generaciones futuras.
Cada espacio resignificado es una nueva capa de significado añadida a la historia de una comunidad.
Desde las antiguas fábricas hasta los centros industriales abandonados, estos lugares tienen el potencial de renacer, llenos de nuevas posibilidades para enlazar pasado y presente, memoria e innovación.
A manera de reflexión, ……
El espacio como un valor en sí mismo
El espacio, más allá de su función utilitaria, posee un poder intrínseco que afecta a las personas y las comunidades que lo habitan o lo recorren. Los edificios no son meros contenedores de actividades humanas, sino que, por su propia configuración física, materialidad y ubicación, influyen en la forma en que experimentamos el entorno y nos relacionamos con él.
Cada espacio es una manifestación concreta de las fuerzas culturales, históricas y políticas que lo han moldeado, y en muchos casos, estas características lo convierten en un motivo de gran valor por sí mismo, incluso más allá de los usos que pueda tener.
El acto de poner en valor un edificio no siempre necesita estar impulsado por la necesidad de resignificar su función, sino que, en algunos casos, el espacio mismo , su estructura, su arquitectura, su contexto es lo que justifica su preservación y revitalización.
Esto sucede cuando el espacio adquiere una potencia que trasciende su materialidad, convirtiéndose en un símbolo de una época, de un modo de vida o de una memoria colectiva que aún resuena en las generaciones actuales.
La dimensión simbólica del espacio
Hay algo profundamente simbólico en los espacios que sobreviven al paso del tiempo. Un edificio que ha presenciado la evolución de una ciudad, el auge y caída de industrias, o cambios en las dinámicas sociales y económicas, se convierte en un testigo silencioso de estos procesos.
En este sentido, el espacio adquiere una dimensión de memoria viva, no es solo un fragmento del pasado congelado en el presente, sino un ente en constante diálogo con su entorno y con las personas que lo atraviesan.
Es en esta capacidad de los espacios para generar significado donde radica uno de sus valores más potentes. En muchos casos, los edificios que ya no tienen una función activa continúan siendo profundamente significativos debido a su arquitectura o a la huella histórica que han dejado en la memoria colectiva.
La materialidad del espacio ,….las paredes, los pasillos, los techos amplios provocan sensaciones, evocan recuerdos y establecen conexiones con el pasado, todo lo cual invita a una nueva valorización.
Los ejemplos de grandes estructuras industriales, como fábricas o centrales eléctricas, son particularmente reveladores. Aunque su función original puede haber quedado obsoleta, la pura presencia de estos espacios —por su escala, su diseño y su ubicación generan un impacto emocional y estético en quienes los observan o visitan.
Esto se ve claramente en Las Tres Chimeneas de Sant Adrià, que por su monumentalidad y ubicación estratégica, no solo continúan siendo referentes visuales de la región, sino que han adquirido un estatus icónico. La propia materialidad del espacio , sus chimeneas que se elevan como monumentos industriales, lo transforman en una especie de «reliquia tecnológica» que invita a la reflexión y la reinterpretación.
La relación entre el espacio y la identidad
Los espacios no solo son receptores de actividad, sino también creadores de identidad. Las comunidades a menudo se definen en parte por los espacios que habitan, y estos edificios, que alguna vez fueron el corazón de la actividad económica o social, siguen jugando un papel en la forma en que las personas perciben su entorno y se ven a sí mismas en él.
La puesta en valor de un edificio, entonces, no es solo un acto arquitectónico o funcional, sino un gesto hacia la preservación de una identidad compartida.
Los espacios, a través de su estructura, su estilo arquitectónico y su interacción con el paisaje circundante, son capaces de proyectar valores, ideas y emociones.
Por ejemplo, una antigua fábrica, aunque inactiva, sigue proyectando las nociones de esfuerzo, producción y comunidad que definieron su existencia.
Al ser recuperada, incluso si no se mantiene su función original, el espacio continúa evocando estos valores, permitiendo a las nuevas generaciones conectarse con una historia que tal vez no vivieron, pero que sigue formando parte de su realidad actual.
El valor del espacio como tal, entonces, no solo reside en su capacidad de albergar nuevas actividades, sino en su potencial para transmitir una narrativa.
Resignificar un espacio no es solo darle un nuevo uso, sino también reconocer su capacidad para contar historias,…. la historia de una comunidad, de un sector industrial, o de una época en particular.
Espacios como estímulos para la reflexión colectiva
Otro aspecto esencial del valor de un espacio radica en su capacidad para generar reflexión.
Los espacios, por su simple existencia, tienen la capacidad de invitar a la contemplación, a la pausa. La vastedad de una sala abandonada, los detalles de una fachada desgastada por el tiempo, o el eco en un pasillo vacío, tienen el poder de desconectar al individuo del bullicio cotidiano y conectarlo con una dimensión más profunda de reflexión y memoria.
Cuando un espacio se resignifica manteniendo su esencia física y simbólica, se crea una plataforma ideal para que las personas no solo participen en nuevas actividades, sino que también reinterpreten el pasado y proyecten el futuro.
En este sentido, la puesta en valor de un edificio puede convertirse en un acto de compromiso social, permitiendo que las personas redescubran su entorno a través de nuevas perspectivas, y al mismo tiempo, conectarse con las historias y significados que el lugar encierra.
El espacio como protagonista
El verdadero poder del espacio radica en su capacidad para ser un protagonista por derecho propio. Más allá de las actividades que pueda albergar, un espacio puede tener un valor intrínseco debido a su configuración, su historia y su impacto simbólico en las personas y las comunidades.
La arquitectura, la materialidad y el contexto espacial se convierten en razones suficientes para preservar y resignificar un edificio, ya que este no solo es un contenedor de experiencias, sino también un generador de significado.
Reconocer y poner en valor el espacio por lo que representa,.. y no solo por lo que pueda albergar, es una forma de preservar nuestra historia colectiva y proyectarla hacia el futuro.
El valor del espacio reside no solo en su utilidad, sino también en su capacidad para transmitir emociones, activar la memoria y construir una relación entre el individuo y su entorno.
Texto escrito luego de visitar la Bienal Nómada Europea en Barcelona…MANIFESTA . Septiembre 2024
Maria Isabel Fuentes Harismendy